EL LOCO MUNDO
El psiquiatra tomó su texto y golpeó con él la cabeza del paciente,
que inmediatamente, cayó al suelo vencido sin duda por la letra.
La enfermera contemplaba la escena entre atónita y divertida,
un familiar, paralizado por el terror, sugería adjetivos supuestamente
poco gratos a los oídos del psiquiatra, pero a él ya no le importaba nada.
Había decidido marchar a la Bahamas a las tres menos cuarto,
antes de que el frío se hiciera francamente despiadado.
El taxista lo miró con extrañeza, porque dijo: “Al aeropuerto”, y
no llevaba equipaje, sólo un traje oscuro y algo desgastado
por los otoños y el uso inapropiado: había sido utilizado de la misma manera
en los entierros y en los esponsales y tuvo que soportar
las contradicciones más espantosas, como ser de jueves y de domingo.
Como llevar camisa amarilla y camisa gris, como ser blanco de las manchas
de la cena y de las de la comida, ¡tan nefasta había sido la vida del psiquiatra!
¿Por qué dices eso, preguntó la enfermera? No sé, es que el dilema
nunca fue bailar con María o bailar con Eva, siempre fue triste,
nunca hubo en su vida más mujer que su santísima madre.
Pero dime ¿porqué golpeó al paciente y se fue después a las Bahamas?
No lo golpeó, o al menos, no sólo lo golpeó, lo nokeó con el DSM 5.
No, si lo que yo nunca entenderé es porqué a las Bahamas.
¿justo a las Bahamas? ¿Qué se le había perdido allí?
Quizás buscaba su razón. Tristemente, algunos, pierden la razón.
¿Perder la razón? Ojalá fuera eso, pero yo sé que no,
razón es lo que le sobra a estos médicos decimonónicos.
En fin, sólo sé que antes del golpe, el paciente había pronunciado
estas palabras: yo no estoy en ningún capítulo de ese libro infame que maneja,
yo soy absolutamente original, no va usted a encasillarme en un diagnóstico común.
Y después, lo recuerdo desmayado y a su madre –el paciente también padecía de eso-
dando unos gritos sobrehumanos, entonces, el director del hospital vino con la carta
de despido, pero él Dr. Domínguez ya se había marchado a las Bahamas.
Es una historia como cualquier otra, dijo la enfermera.
Y puso su dedo índice en forma de cruz sobre sus labios, como
indicándome: ha de guardar silencio, y yo asentí con la cabeza
mientras comenzaba a escribir este poema.
Alejandra Menassa de Lucia
domingo, 13 de mayo de 2012
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