Ana tiene que dar una conferencia en público y comienza a notar que el corazón le late vertiginosamente, le tiemblan las manos, suda profusamente, la voz apenas brota como un hilo tembloroso, tiene que retirarse nada más empezar. Javier tiene 43 años, y no puede salir solo de su casa sin tener un ataque de angustia. María tiene que caminar dos calles para llegar al trabajo, pero debe contar todos los baldosines de la acera, cuando algo la distrae, y siente que se ha equivocado, vuelve a empezar. Para llegar al trabajo a su hora, debe salir dos horas antes, y aún así, se retrasa con frecuencia.
Luis anota en un papel esa cita de trabajo tan importante que tiene dentro de tres días, en la fecha indicada busca afanosamente la nota para cerciorarse de la dirección y es incapaz de encontrarla. Antonio saca las llaves del bolsillo para abrir la puerta de la oficina y no entran en la cerradura, erróneamente, ha sacado las llaves de su casa. Aún no ha empezado la jornada de trabajo y él ya quiere regresar a casa.
Podría parecernos que los primeros casos reseñados no tiene nada que ver con los segundos, hasta nos atreveríamos a señalar que unos corresponden a enfermedades concretas que el sujeto padece (los dos primeros corresponden a una fobia, y el tercero sería compatible con una neurosis obsesiva), y los otros a meros olvidos o errores en la vida cotidiana cometidos por distracción, cansancio... No obstante entre ambos hay algo en común y determinante, hay un deseo inconsciente en juego, ni unos son enfermedades sobrevenidas sin más ni otros son olvidos o errores cometidos por cansancio o distracción.
Somos humanos, nos distinguimos por estar inmersos en el lenguaje, en el lenguaje nos enfermamos y por el lenguaje nos curamos de los padecimientos psíquicos. En cada uno de los actos que realizamos o en cada frase que pronunciamos estamos implicados, no hay casualidades psíquicas, todo está sustentado por un idea, en relación a una frase, como el caso de una paciente con afonía, a la que el psicoanálisis le descubre que su síntoma, que se presenta siempre cuando su amado se ausenta, está en relación a que siente que en ausencia de su amado no tiene sentido hablar.
Ella sólo puede llegar a esa frase porque tiene una determinada concepción del amor, dónde ella sin él no es nada, algo que puede ser muy limitante para la vida de cualquiera. El síntoma (en este caso la afonía) es una manera de hablar, de decir algo, pero es necesaria la presencia de un especialista cualificado, un psicoanalista, que pueda resolver ese enigma, ya que el paciente sólo padece el síntoma, nada sabe de su sentido, para él es inconsciente la frase que lo determina.
Cada cual es responsable de la realidad que tiene, y el psicoanálisis nos dice que enfermamos por ser cobardes, por evitar enfrentarnos a una verdad íntimamente nuestra, y esa verdad no es nada terrible, generalmente son pequeñas cosas que uno magnifica. El psicoanálisis devuelve a esta verdad magnificada –como vista por un microscopio- su verdadera pequeña dimensión. Ahora, si queremos curarnos, hemos de ser valientes para poder enfrentar esa verdad y actuar en consecuencia. El psicoanálisis nos dice a cada uno: usted no es un ser sufriente que padece pasivamente en las garras del cruel mundo exterior, algo contribuyó a construir la posición en la que se encuentra, algo tuvo que ver usted en la vida que ahora tiene. Y esto no es una desgracia, es una gracia, ya que sólo admitiendo nuestra responsabilidad (que no culpabilidad) en el deseo que se juega en nuestra vida podemos ser capaces de transformarla, de producir otra.
Con estos dos elementos: el descubrimiento de que si enfermé por una frase o conjunto de frases, eso será lo que me cure, y el de que el psicoanálisis me confiere la valentía necesaria para decidir por la salud y no por la enfermedad, es que el paciente se cura de padecimientos psíquicos como la ansiedad, la depresión, las fobias, la angustia, la neurosis obsesiva, la impotencia sexual, el vaginismo, etc. Y cuando decimos que se cura, no es solamente que desaparezcan los síntomas, sino que el paciente no necesitará de la enfermedad para hablar, para seguir viviendo.
Luis anota en un papel esa cita de trabajo tan importante que tiene dentro de tres días, en la fecha indicada busca afanosamente la nota para cerciorarse de la dirección y es incapaz de encontrarla. Antonio saca las llaves del bolsillo para abrir la puerta de la oficina y no entran en la cerradura, erróneamente, ha sacado las llaves de su casa. Aún no ha empezado la jornada de trabajo y él ya quiere regresar a casa.
Podría parecernos que los primeros casos reseñados no tiene nada que ver con los segundos, hasta nos atreveríamos a señalar que unos corresponden a enfermedades concretas que el sujeto padece (los dos primeros corresponden a una fobia, y el tercero sería compatible con una neurosis obsesiva), y los otros a meros olvidos o errores en la vida cotidiana cometidos por distracción, cansancio... No obstante entre ambos hay algo en común y determinante, hay un deseo inconsciente en juego, ni unos son enfermedades sobrevenidas sin más ni otros son olvidos o errores cometidos por cansancio o distracción.
Somos humanos, nos distinguimos por estar inmersos en el lenguaje, en el lenguaje nos enfermamos y por el lenguaje nos curamos de los padecimientos psíquicos. En cada uno de los actos que realizamos o en cada frase que pronunciamos estamos implicados, no hay casualidades psíquicas, todo está sustentado por un idea, en relación a una frase, como el caso de una paciente con afonía, a la que el psicoanálisis le descubre que su síntoma, que se presenta siempre cuando su amado se ausenta, está en relación a que siente que en ausencia de su amado no tiene sentido hablar.
Ella sólo puede llegar a esa frase porque tiene una determinada concepción del amor, dónde ella sin él no es nada, algo que puede ser muy limitante para la vida de cualquiera. El síntoma (en este caso la afonía) es una manera de hablar, de decir algo, pero es necesaria la presencia de un especialista cualificado, un psicoanalista, que pueda resolver ese enigma, ya que el paciente sólo padece el síntoma, nada sabe de su sentido, para él es inconsciente la frase que lo determina.
Cada cual es responsable de la realidad que tiene, y el psicoanálisis nos dice que enfermamos por ser cobardes, por evitar enfrentarnos a una verdad íntimamente nuestra, y esa verdad no es nada terrible, generalmente son pequeñas cosas que uno magnifica. El psicoanálisis devuelve a esta verdad magnificada –como vista por un microscopio- su verdadera pequeña dimensión. Ahora, si queremos curarnos, hemos de ser valientes para poder enfrentar esa verdad y actuar en consecuencia. El psicoanálisis nos dice a cada uno: usted no es un ser sufriente que padece pasivamente en las garras del cruel mundo exterior, algo contribuyó a construir la posición en la que se encuentra, algo tuvo que ver usted en la vida que ahora tiene. Y esto no es una desgracia, es una gracia, ya que sólo admitiendo nuestra responsabilidad (que no culpabilidad) en el deseo que se juega en nuestra vida podemos ser capaces de transformarla, de producir otra.
Con estos dos elementos: el descubrimiento de que si enfermé por una frase o conjunto de frases, eso será lo que me cure, y el de que el psicoanálisis me confiere la valentía necesaria para decidir por la salud y no por la enfermedad, es que el paciente se cura de padecimientos psíquicos como la ansiedad, la depresión, las fobias, la angustia, la neurosis obsesiva, la impotencia sexual, el vaginismo, etc. Y cuando decimos que se cura, no es solamente que desaparezcan los síntomas, sino que el paciente no necesitará de la enfermedad para hablar, para seguir viviendo.
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